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viernes, 28 de septiembre de 2012

EL CELIBATO EN PELIGRO: PECADO ORIGINAL

En estos días en que la pedofilia es asociada en forma casi inconsciente con los sacerdotes católicos, quiero traer a la palestra un tema que nunca pasa de moda. El celibato obligatorio para quienes han escogido servir a Jesucristo y a la iglesia católica.
El siguiente artículo fue escrito hace ya 10 años por la reconocida periodista y escritora chilena Alejandra Matus, quien a fines de los años 90 se hiciera famosa por el "El libro negro de la justicia chilena".
Estoy seguro que el tema no les será de indiferencia y entregará a Usted una visión más que "especial" sobre el tema.
Saludos y disfruten esta lectura.
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EL CELIBATO EN PELIGRO: PECADO ORIGINAL

En la soledad de las casas parroquiales y de comunidades religiosas a lo largo del país se mantiene fuera de la vista de los feligreses uno de los secretos mejor guardados: que los curas practican el sexo.

Por: Alejandra Matus

A pesar de las admoniciones que emanan del Vaticano bajo el papado de Juan Pablo II, una buena proporción de los más de dos mil sacerdotes que componen el clero chileno practica alguna forma de actividad sexual, según coinciden sacerdotes, teólogos y expertos entrevistados para este reportaje.

De acuerdo con la mayoría de estos, en un extremo, minoritario, se encuentran los sacerdotes y religiosos que se mantienen fieles al celibato como una ofrenda libre y voluntaria a Dios. En el otro, también menor, están quienes han llegado a la conclusión que el voto de castidad es una carga demasiado pesada, y han tomado la decisión -dolorosa y traumática, en muchos casos- de pedir la “reducción al estado laical” para poder casarse y formar una familia.

Entre unos y otros, sin embargo, hay una gran masa de sacerdotes que viven el celibato a contrapelo. Algunos, con sentido práctico, asumen, al menos en apariencia, su apego al tributo a cambio de poder desarrollar su vocación por el sacerdocio. Otros, lo transgreden con el desgarro de la culpa.

Expertos en teología de todo el mundo (particularmente en Estados Unidos y España) se han encargado de recordar -tras los escándalos provocados por las denuncias de pedofilia-, que el celibato fue impuesto en cierto momento de la historia del catolicismo por razones prácticas y utilitarias (como ahorrar en los gastos de mantención de los sacerdotes y poder contar con su dedicación exclusiva a las tareas eclesiásticas), y no espirituales.

Estos estudiosos, Biblia en mano, han demostrado que el requisito del celibato para los sacerdotes no tiene sustento evangélico. Entre otras razones, porque los apóstoles eran casados. Pedro, el primer Papa, también.

Durante más de mil años, hasta el siglo XI, los sacerdotes podían casarse. Pero desde que el celibato se impuso, las razones prácticas se han ido revistiendo con invocaciones espirituales que ensalzan la virginidad y la castidad como virtudes angelicales ('el matrimonio es para la clase de tropa y no para el Estado Mayor de Cristo', opinaba el muy de moda Josemaría Escribá de Balaguer, fundador del Opus Dei). Con Platón y San Agustín de aliados, los papas modernos han introducido en el cristianismo la idea de que “todo coito es sucio”. De que el cuerpo es una cárcel y la mujer, un ser impuro y de segunda categoría.

No obstante, no ha sido fácil mantener la disciplina a la castidad y al celibato entre los hombres que componen el clero.

En el libro “La vida sexual del clero”, el periodista español Pepe Rodríguez relata que por el siglo XI “tan habitual era que los clérigos tuviesen concubinas que los obispos acabaron por instaurar la llamada renta de putas, que era una cantidad de dinero que los sacerdotes tenían que pagar a su obispo cada vez que transgredían la ley del celibato”.

Pese a todo, la Iglesia insiste en mantener el voto de castidad para los sacerdotes. Violarlo significa un doble pecado: fornicación y sacrilegio.

Garry Wills, un respetado historiador y escritor norteamericano, autor de “Pecado Papal. Las dehonestidades morales de la Iglesia Católica”, sostiene que las razones del Papa Paulo VI para impedir que la norma fuera revisada en el reformista Concilio Vaticano II, fue evitar la crisis en las estructuras que significaría aceptar curas casados (para empezar, aumentarían las bocas que mantener).

Su encíclica “Celibato sacerdotal”, de 1967, continúa siendo la piedra tras la cual el Vaticano resiste los embates abolicionistas.

La gran mayoría de los sacerdotes chilenos, empero, piensa que el celibato debiera ser una opción libre y no un requisito obligatorio para la ordenación.

El jesuita José Aldunate, ex profesor de Teología y Moral en la Universidad Católica, comenta que él, en lo personal, ha vivido el celibato con vocación y “alegría”. Sin embargo, opina que un “setenta por ciento” de los curas -incluyéndose él mismo- propugnan la castidad como una opción voluntaria.

“El celibato no hace la esencia del sacerdocio”, resalta Aldunate. “Es una ley que puede modificarse. En especial los diocesanos (los sacerdotes normales, que no pertenecen a una congregación y por lo tanto no viven en comunidades), debieran tener la opción de casarse, tal como la tienen hoy los pastores evangélicos, los anglicanos y los sacerdotes de las Iglesias orientales que reconocen al Papa”.

Aldunate va más allá y sostiene que el cambio es inevitable y llegará pronto. “No con este Papa, pero después sí”.

El mismo diagnóstico tiene Waldo Romo, profesor de Teología del Matrimonio y de Moral Sexual y Matrimonial en la Universidad Católica y en el Seminario Mayor Pontificio.

Romo, quien ve en el celibato un valor espiritual antes que puramente utilitario, comparte la sospecha de que es cosa de tiempo para que los sacerdotes tengan la opción de casarse. “Yo tengo esa impresión también”, dice, consultado por la opinión de Aldunate. (Discusión aparte es si llegará algún día a permitirse que haya parejas de curas homosexuales o si se autorizará el sacerdocio femenino).

Como ejemplo de esta tendencia, Romo menciona que el Vaticano autorizó hace tres años el ingreso a la Iglesia Católica, como sacerdotes casados, de un grupo de anglicanos escindidos en protesta por la ordenación de mujeres en su Iglesia.

Pero mientras el cambio llega, ¿cómo viven los sacerdotes chilenos hoy la exigencia de virginidad y abstinencia? Porque una cosa es renunciar a casarse (celibato) y otra distinta, aunque se entienden ligadas, es la posibilidad de bloquear por completo el ejercicio de la sexualidad (castidad).

Es imposible saber a ciencia cierta qué tan amplia es la transgresión al voto que hacen los curas católicos del rito “latino”.

La voz oficial de la Iglesia impone reglas absolutas y mantiene el tradicional secreto sobre los deslices de sus pastores que, en todo caso, se consideran excepcionales. Pero, según sacerdotes en ejercicio entrevistados para este artículo, el sexo se practica en el clero, con toda la carga de culpa y negación que puede imaginarse, en forma más o menos frecuente, por un porcentaje que va desde el 40 al 90 por ciento.

El teólogo Romo, quien participa en la formación de nuevos seminaristas, opina que el porcentaje es mucho menor, pero reconoce que es muy difícil que en el transcurso de una vida consagrada al sacerdocio no haya momentos de debilidad. “Se lo digo con una metáfora: es casi imposible que un vehículo, después de tantos kilómetros de recorrido, no tenga un abollón”.

Los sacerdotes son seres humanos, subraya y, como todo pecador, tienen la oportunidad de arrepentirse y buscar el perdón divino, “proveyendo los medios para evitar ser reiterativos”. Salvo, claro, que una consecuencia inesperada, como el nacimiento de un hijo, les impida enmendar el rumbo.

No obstante, las reicindencias también ocurren.

Según la investigación de La Nación Domingo, la desafección al voto de castidad es mucho más corriente de lo que se piensa, en particular, entre sacerdotes que adhieren a los principios evangélicos, pero no están convencidos de la posibilidad de poner atajo al ejercicio de su sexualidad.

“Tengo muy claro que la obligación del celibato es disciplinar y no teológica”, expone Víctor, un sacerdote con cerca de 15 años sirviendo en el norte del país y que narra su experiencia a condición de respetar su anonimato. Este diocesano cuenta que entre sus compañeros de generación el ejercicio de la sexualidad, “desde la masturbación, a las relaciones ocasionales y aun las estables, son situaciones que se ocultan al conocimiento público, pero existen en la gran mayoría de nosotros, incluyendo al nivel de obispos”.

Víctor revela que, en lo personal, ha tenido dos relaciones largas y profundas con mujeres (cohabitación mediante), pero que no llegó a convencerse de que debía abandonar el sacerdocio, pues, “por diferencias de proyectos de vida”, esas relaciones se frustraron.

Este sacerdote y un grupo de seminaristas nortinos plantearon a sus superiores, en 1987, cuando venía el Papa a Chile, la idea del que el tema de discutiera abiertamente. “Lo que nos dijeron es que si teníamos alguna urgencia, buscáramos alivio, pero para callado. Como insistimos con el tema, algunos fuimos castigados”.

Víctor continúa ejerciendo el sacerdocio, ocultando su intimidad, a la espera de que las cosas cambien.

El irlandés Vincent Hughes, quien pidió las dispensas para casarse con una religiosa española, Mercedes Rovira, y continúa viviendo en Chile, hasta donde llegó como misionero, cree que no será tan fácil terminar con el celibato.

“Este ha sido útil, por ejemplo, para contar con misioneros dispuestos a ir a cualquier parte del mundo. Es como la libertad que tenía el fotógrafo de Los Puentes de Madison. Además, distingue al sacerdote dentro de una comunidad. Yo entiendo la lógica que tiene. Si se permite que los sacerdotes se casen, no hay forma de organizar una Iglesia Mundial”, comenta.

CAER EN LA TENTACIÓN

El padre salesiano Miguel (se ha cambiado su nombre en resguardo de su anonimato), estima en un 40 por ciento los “hermanos” que violan su compromiso de guardar castidad.

“Se falta con mucha frecuencia al voto de castidad, con mujeres o con hombres”, revela.

“Yo opté por el sacerdocio a una edad madura y, por lo tanto, no ha sido difícil para mí respetar el compromiso que adquirí con Dios. A mi edad, no me cuentan cuentos”, afirma. “Pero hay sacerdotes que asumen el compromiso demasiado jóvenes y, si no han tenido experiencias de vida, la formación sacerdotal les significa una castración. Entonces, a la primera vez que salen al mundo real, sucumben”.

De hecho, ha sido su congregación la que ha sufrido varias de las denuncias de pedofilia que se tramitan actualmente en los tribunales chilenos, en particular, los casos registrados en la región magallánica.

Al escritor Herman Schwember, doctor en ciencias de la Ingeniería de la Universidad de California, Berkeley, y consultor del Consejo Superior de la Educación chilena, no le sorprende la realidad que cuenta el padre Miguel. El conoce a los sacerdotes porque trabajó muy cerca de ellos en algunas etapas de su vida. Sus experiencias le sirvieron de base para escribir la novela “Yo, pecador…”, ganadora del Premio “Revista de Libros” de El Mercurio, del año 2000.

Schwember opina que la obligatoriedad del celibato ha provocado mucho sufrimiento:

“He conocido algunos curas homosexuales y varios que llegaron a tener relaciones con mujeres, algunos, en forma relativamente estable, y otros que, por desgracia, han tenido que manejar la culpa”, revela. “Imagino el desgarro del cura que tiene que llegar a celebrar misa sin haberse confesado (…) La tragedia no es el sexo, sino la erosión que provoca la culpa acumulada”.

Este profesor de la Universidad de Viña del Mar resalta que “esta mezcla de hipocresía frente al mundo secular y de culpa hacia el interior, está creando un trauma muy grande y cuanto antes termine, mejor”.

La opinión pública, cada cierto tiempo, y pese a los resguardos de la Iglesia, llega a tener conocimiento de las prácticas sexuales de los sacerdotes, cuando los hechos en que se ven involucrados toman el cariz de escándalo. Durante la dictadura militar, la debilidad carnal de los curas más expuestos por sus opiniones políticas, fue bien aprovechada por los servicios secretos.

En 1985, la Vicaría de la Solidaridad recibió un sobre con fotografías en que el sacerdote Guido Peters, el combativo párroco de La Legua, aparecía desnudo, en comprometedoras escenas junto a una mujer, que resultaría ser nada menos que la esposa de un narcotraficante preso en el extranjero.

A la llegada del sobre, siguieron unos llamados telefónicos en que desconocidos advertían que si Peters no se iba de Chile, el escándalo se haría público. Peters, defensor de los derechos humanos, había conseguido un año antes que la prensa fotografiara vehículos de civiles que le habían disparado y que se comprobara, por las patentes, que pertenecían a la CNI. Sin embargo, sus méritos pastorales y la valiosa ayuda que prestaba a los habitantes de ese golpeado sector de Santiago, no pudieron defenderlo. El sacerdote belga tuvo que irse de Chile, humillado y en silencio.

Apenas un año antes, el propio vicario de la Solidaridad, el jesuita Ignacio Gutiérrez, había remecido el mundo de los derechos humanos y político de Santiago cuando se supo que había partido acompañado de su secretaria, una mujer casada, en un viaje de recolección de fondos para el organismo humanitario.

La dictadura militar prohibió el reingreso de Gutiérrez a Chile el 6 de noviembre de 1984, pero el cardenal Juan Francisco Fresno, quien lo había nombrado, se vio inhabilitado de defenderlo al enterarse de que el español escogido para una de las más delicadas funciones eclesiásticas en aquel entonces había cedido a sus pasiones y se había llevado consigo no sólo a la mujer -a quien en la Vicaría llamaban “la Vicaria”- sino que al hijo de ésta, a espaldas del marido, tan católico como ellos.

En la actualidad, y a pesar del estricto silencio que ha mantenido la jerarquía de la Iglesia Católica chilena en torno al caso, múltiples fuentes eclesiásticas mencionan a un arzobispo emérito chileno que vio “congelada” su brillante carrera y fue enviado a un cargo menor en Colombia, debido a sus inclinaciones homosexuales.

La renuncia reciente del director de la revista Mensaje, el sacerdote jesuita por más de 40 años, Renato Hevia, para casarse con la actual presidenta del Consejo de Defensa del Estado, Clara Sczaransky, y otras renuncias similares ocurridas en las últimas décadas, ha puesto de relieve que muchos sacerdotes, pese a sus honestas promesas, no pueden sustraerse de su condición humana.

Famosos han sido los casos del jesuita Andrés Cox, el padre de Pilar Cox; del dominico Hugo Zepeda; de Manuel Edwards, ex rector de los padres franceses, Fernando Etchegaray, Fernando Ugarte, y del ya fallecido Gonzalo Aguirre, quien se casó con María Inés Zaldívar, sobrina del actual senador.

“Los curas y las monjas viven atormentados, tratando de negar el sexo y transformándolo así, por lo tanto, en lo más importante de todo”, expresa Schwember.

LAS PAUTAS DEL VATICANO

En la última de las guías emitidas por el Vaticano sobre el comportamiento que deben observar los sacerdotes, se deja en claro que el celibato y la castidad continuarán siendo obligatorios para los sacerdotes del rito latino.

“El celibato, en efecto, es un don, que la Iglesia ha recibido y quiere custodiar, convencida de que éste es un bien para sí misma y para el mundo”, señala el “Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros”, entregado por la Congregación para el Clero, en 1994.

Respondiendo a las voces críticas, aún sin mencionarlas, el Vaticano reflexiona:

“Las dificultades, que algunos presentan hoy, se fundan a menudo en argumentos pretenciosos, como, por ejemplo, la acusación de espiritualismo desencarnado, o que la continencia comporte desconfianza o desprecio hacia la sexualidad, o también buscan motivo al considerar los casos difíciles y dolorosos, o del mismo modo generalizan casos particulares. Se olvida, por el contrario, el testimonio ofrecido por la inmensa mayoría de los sacerdotes, que viven el propio celibato con libertad interior, con ricas motivaciones evangélicas, con fecundidad espiritual, en un horizonte de convencida y alegre fidelidad a la propia vocación y misión”.

Por estas razones, el Papa Juan Pablo II se ha negado a cualquier posibilidad de diálogo para reincorporar su ministerio a los sacerdotes que han pedido las dispensas para integrarse al mundo secular (curas no pueden dejar de ser, porque la ordenación es de por vida) y contraer matrimonio.

Según estimaciones extraoficiales, uno de cada tres sacerdotes y religiosos en el mundo ha abandonado los hábitos desde el Concilio Vaticano II. Ese evento, en que se revisaron las prácticas tradicionales de la Iglesia Católica (como la misa en latín, el uso de la sotana, la vinculación de los párrocos con su comunidad, etc), abrió la llave para conceder un mayor número de dispensas y, en Chile, se estima que hubo dos generaciones completas que huyeron de los seminarios.

Las vocaciones se han recuperado en Chile desde entonces, pero todavía, según cifras de la Oficina de Sociología Religiosa del Episcopado, actualizadas por última vez en 1999, la tendencia es a la baja.

El episcopado chileno no cuenta con estadísticas a nivel nacional de presbíteros o seminaristas que hayan sido “reducidos al estado laical”, ni menos sobre las razones del abandono del ministerio.

Sin embargo, de acuerdo con datos que maneja un grupo de sacerdotes casados que se reunía habitualmente hasta el año pasado, en Chile, desde la década de los '60, han dejado los hábitos unos 300 curas y religiosos. “Si se les permitiera el reingreso, habría suficientes sacerdotes para satisfacer las necesidades pastorales de la Iglesia”, dice el padre Víctor.

Una manera indirecta en que se ha ido supliendo carencias es en el sostenido aumento de las ordenaciones de diáconos permanentes. Estos laicos pueden cumplir varias de las funciones que hace un sacerdote y pueden ser casados, pero les está vedado “consagrar” y confesar. Aunque algunos los ven como sacerdotes de segunda categoría, Carlos Lange, uno de aquellos jóvenes que dejó el sacerdocio en los tiempos del Concilio Vaticano, resalta que los diáconos permanentes tienen “otro ministerio. No son curas”.

Es notable, sin embargo, que un sacerdote “reducido al estado laical”, después de casarse no puede cumplir ninguna de las funciones que sí se permite a los diáconos.

“Al pedir dispensa, el cura se transforma en un laico, pero no en un laico cualquiera, sino en el último de ellos. Es un traidor, un apóstata. Si ha pedido dispensa para casarse, se le exigirá que se mude a otro sector, para evitar el escándalo. Aunque en caso de necesidad (como un naufragio) debe cumplir con sus funciones de sacerdote, se le prohíbe que se muestre como tal”, dice Mario (su nombre ha sido cambiado en resguardo de su anonimato), un cura que renunció para casarse y hoy tiene dos hijos que estudian en la Universidad.

Otro caso. El padre Guillermo (también se protege su anonimato), un cura casado que ha logrado seguir ligado al trabajo eclesiástico, cuenta que decidió pedir la dispensa por la enorme soledad que le significaba el trabajo sacerdotal. “No se trata sólo de sexo. Son las relaciones afectivas normales las que se nos niegan”, expone.

Sin embargo, revela que “sentirse reducido, como nos dice la Iglesia, dando al matrimonio, que es un sacramento, un valor inferior que al voto de castidad, no es fácil. En mi caso, me daba mucha vergüenza enfrentar a mi comunidad”.

Guillermo cree que la decisión más importante de su vida fue habarse casado con la esposa que lo ha acompañado por más de 20 años, pero admite que encontrar trabajo, pagar cuentas y enfrentarse a la cotidianeidad es difícil para quien ha sido y quisiera seguir siendo cura.

No es fácil, entonces, optar por la dispensa.

“Hay que aceptar la miseria y ser apartado de la Iglesia, lo que es muy frustrante si esa es tu vocación. Uno queda en la indefensión social, sin siquiera previsión. Y no sabe hacer absolutamente nada que no sea ser cura”, acota Mario.

Y añade: “La mayoría de los curas que conozco no son tan apechugadores. Los hay que han tenido relaciones con más de 20 mujeres. Los que mantienen relaciones con mujeres casadas. Los que hasta tienen algún hijo por ahí y siguen adentro”.

Mario perdió la virginidad a los 32 años, siendo sacerdote, pero no consideró en colgar los hábitos sino hasta que se enamoró de su actual mujer.

Varios de los entrevistados coinciden en que detrás del voto de castidad y el ensalzamiento de la virginidad se han colado ideas que nada tienen que ver con el cristianismo y que consideran el cuerpo como la cárcel del alma y a la mujer como un ser indigno. Se estima “que todo coito es sucio”, expone el ex seminarista y periodista Rafael Otano.

“Hasta en los templos hay hipocresía, porque se pone a María en un altar y a José en otro ¡Y eran esposos!”, agrega Mario.

“La mujer es vista como un demonio al que hay que evitar. Por eso es más fácil mantenerse en el sacerdocio siendo homosexual que heterosexual”, expone Víctor. “La homosexualidad se considera una debilidad. La heterosexualidad es una infidelidad”.

En ese ambiente, impera el sufrimiento. “Algunos se vuelven alcohólicos, neuróticos, o adictos a internet”, revela el diocesano Guillermo.

Las recomendaciones de la Iglesia frente a las tentaciones de sus hombres es que eviten la ocasión de pecar, por ejemplo, cuidando los sitios que visitan, lo que ven por televisión, su relación con los feligreses y feligresas.

Pero hay algo que esas prevenciones no solucionan. “Es la soledad”, comenta Guillermo. “Yo me sentía horrible cuando terminaba una homilía super encachada, con harta mística. Todos se iban para la casa y yo me quedaba solo. Ahora no. Ahora me siento pleno, porque sé que con todo lo que me ha significado renunciar a mi vocación, tengo a alguien que me espera en mi casa y en la cama”.

Schwember reconoce que el celibato trajo algunos beneficios a la humanidad, como el fin del nepotismo en el Vaticano y las creaciones culturales que nacieron al alero de las congregaciones religiosas. Sin embargo, sostiene que debiera terminar.

“Pero con este Papa es imposible. El es como Brezhnev. Todo el mundo se daba cuenta que el sistema soviético se estaba cayendo a pedazos, pero él estaba incapacitado para reaccionar. La tradición católica está sustentada en un profundísimo error respecto del sexo, el amor y la mujer. Como Brezhnev, el Papa está atrapado por su ideología”.

Domingo 18 de Agosto de 2002

Fuente Original en:
http://216.72.168.65/p4_plinea/site/20020818/pags/19800102122313.html