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viernes, 9 de julio de 2010

Una visión de Nicanor Parra, desde la perspectiva de Clemente Riedemann

Clemente Riedemann es un poeta del sur chileno que ha llegado a renovar la actual y apolillada poesía de nuestro país.

Nacido en la lluviosa ciudad de Valdivia (región de Los Ríos) se ha instalado poco a poco en nuestra literatura, llegando a enraizarse sólidamente en ella.

Clemente es profesor de Historia y también Antropólogo, conocido también por ser el autor de la letra de varias canciones del dúo "Schwenke y Nilo".

Es Clemente Riedemann quien hace un interesante análisis del impacto del Gran Nicanor... nuestro admirado y bien amado Nicanor Parra, haciendo un paralelo del crecimiento de la poesía del Antipoeta y como esta influyó en su generación.

Pero mejor transcribo a Clemente y su artículo, cuyo original pueden encontrar en el Blog SURALIDAD.

Un abrazo
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Clemente Riedemann
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Lo que Nicanor hizo –por ejemplo en Obra Gruesa- quizás aún no pueda evaluarse con criterio de justicia cultural, estética y lingüística. Ese libro fue en realidad una catapulta que permitió a los jóvenes de los años 60’s seguir creyendo que la poesía podría ser una herramienta de expresión del “aquí y el ahora”. Es decir, un discurso de la vida que en verdad se está viviendo.

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Nicanor salvó a la poesía chilena (y acaso a la latinoamericana) de caer en el marasmo tras las dictadura retórica nerudiana. Elevó las voces de la calle a la altura “del unto”. Esto significa más o menos que dijo justo a tiempo que la poesía habita en el alma de todas las personas – aunque no la escriban- por el sólo hecho de ser humanos. Así es la cosa. Cuesta encontrar otro poeta de los gloriosos 60’s que, en el continente, haya apostado tan firmemente por hacer ver que la poesía no es un asunto de melindres de sobremesa y que en realidad se trata de un poderoso instrumento analítico-crítico de las realidades “reales”.

Su mérito es haber encontrado el lenguaje para producir esa cercanía. Diríamos que Neruda descendió desde el cosmos para instalar su caudal metafórico en la cotidianidad de las Odas Elementales, casi como dádiva o una concesión al sentido común y a la filosofía del alma popular. Descendió de la idealidad a la realidad. Nicanor partió al revés. Escuchó primero las voces del campo y de la ciudad y luego llevó ese lenguaje al desiderátum. De allí que las voces de los arrieros de ganado y la de los letreros publicitarios se unan en su poesía como un único discurso chileno y latinoamericano, preñado de colonialismo primero, e imperialismo después, para mostrar la realidad mestiza, hibrida de nuestra cultura, con los heroísmos y contradicciones que ello conlleva.

Quizás pueda argumentarse que su estética escritural fue todavía demasiado rígida para emprender semejante épica liberadora. Pero fue, en su momento, suficiente. La potencia del ser humano en su lenguaje fue siempre más grande que su lenguaje al fin logrado. Hoy día, “des-endecasilabar” la poesía ya no se considera un logro. Entonces, a fines de los sixties, formaba parte de las restricciones culturales, cuando hablar en lenguaje publicitario era aceptado como un gesto de modernidad. Pero su gesto coloquial –usar las palabras de la tribu- fue su verdad revolucionaria. Es lo que salvó a la poesía de la siutiquería final, del rictus frívolo del discurso de salón o de confinarla a cualquier situación que no pusiese en riesgo la hipocresía del orden imperante.

Lo que Nicanor hizo –por ejemplo en Obra Gruesa- quizás aún no pueda evaluarse con criterio de justicia cultural, estética y lingüística. Ese libro fue en realidad una compuerta que permitió a los jóvenes de los años 60’s seguir creyendo que la poesía podría ser una herramienta de expresión del “aquí y el ahora”. Es decir, un discurso de la vida que en verdad se está viviendo.

Los revolucionarios no tienen que ser necesariamente sutiles en la forma de su expresión. Ellos se encargan de remover las grandes rocas que impiden el avance de las multitudes en la épica por la continuidad de la vida. Deben referirse a lo principal. Y deben hacerlo con pocas pero poderosas palabras que re-endilguen la mirada hacia nuevos horizontes, expandiendo la mente. Eso hizo Nicanor cuando escribió: “Jóvenes, escriban como quieran. En el estilo que les parezca mejor. Demasiada sangre ha corrido bajo los puentes para seguir creyendo, creo yo, que sólo se puede seguir un camino.” ¡Salve, Nicanor! ¡Viva la Cordillera de la Costa!

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Si deseas indagar un poco sobre Clemente Riedermann visita: http://bit.ly/aiwj4v y si quieres conocer un poco de su poesía hace un clic en: http://bit.ly/arfKsj

domingo, 4 de julio de 2010

El gusano y el escarabajo

Había una vez un gusano y un escarabajo que eran amigos, pasaban charlando horas y horas. El escarabajo estaba consciente de que su amigo era muy limitado en movilidad, tenía una visibilidad muy restringida y era muy tranquilo comparado con los de su especie.

El gusano estaba muy consciente de que su amigo venía de otro ambiente, comía cosas que le parecían desagradables y era muy acelerado para su estándar de vida, tenía una imagen grotesca y hablaba con mucha rapidez.

Un día, la compañera del escarabajo le cuestionó la amistad hacia el gusano ¿Cómo era posible que caminara tanto para ir al encuentro del gusano? A lo que él respondió que el gusano estaba limitado en sus movimientos.

¿Por qué seguía siendo amigo de un insecto que no le regresaba los saludos efusivos que el escarabajo hacía desde lejos?

Esto era entendido por él, ya que sabía de su limitada visión, muchas veces ni siquiera sabía que alguien lo saludaba y cuando se daba cuenta, no distinguía si se trataba de él para contestar el saludo, sin embargo calló para no discutir.

Fueron muchas las respuestas que se buscaron en el escarabajo para cuestionar la amistad con el gusano, que al final, éste decidió poner a prueba la amistad alejándose un tiempo para esperar que el gusano lo buscara.

Pasó el tiempo y la noticia llegó: el gusano estaba muriendo, pues su organismo lo traicionaba por tanto esfuerzo, cada día aprendía el camino para llegar hasta su amigo y la noche lo obligaba a retornar hasta su lugar de origen.

El escarabajo decidió ir a ver sin preguntar a su compañera qué opinaba. En el camino varios insectos le contaron las peripecias del gusano por saber qué le había pasado a su amigo. Le contaron de cómo se exponía día a día para ir a dónde él se encontraba, pasando cerca del nido de los pájaros. De cómo sobrevivió al ataque de las hormigas y así sucesivamente.

Llegó el escarabajo hasta el árbol en que yacía el gusano esperando pasar a mejor vida. Al verlo acercarse, con las últimas fuerzas que vida te da, le dijo cuánto le alegraba que se encontrara bien. Sonrió por última vez y se despidió de su amigo sabiendo que nada malo le había pasado.

El escarabajo avergonzado de sí mismo, por haber confiado su amistad en otros oídos que no eran los suyos, había perdido muchas horas de regocijo que las pláticas con su amigo le proporcionaban.

Al final entendió que el gusano, siendo tan diferente, tan limitado y tan distinto de lo que él era, era su amigo, a quien respetaba y quería no tanto por la especie a la que pertenecía sino porque le ofreció su amistad.

El escarabajo aprendió varias lecciones ese día: La amistad está en ti y no en los demás, si la cultivas en tu propio ser, encontrarás el gozo del amigo. También entendió que el tiempo no delimita las amistades, tampoco las razas o las limitantes propias ni las ajenas.

Lo que más le impactó fue que el tiempo y la distancia no destruyen una amistad, son las dudas y los temores propios los que más afectan.

Y cuando pierdes un amigo una parte de ti se va con él. Las frases, los gestos, los temores, las alegrías e ilusiones compartidas en el capullo de la confianza se van con él.

El escarabajo murió después de un tiempo. Nunca se le escuchó quejarse de quien mal le aconsejó, pues fue decisión propia el poner en manos extrañas su amistad, sólo para verla escurrirse como agua entre los dedos.

Si tienes un amigo no pongas en tela de duda lo que es, pues sembrando dudas cosecharás temores. No te fijes demasiado en cómo habla, cuánto tiene, qué come o qué hace, pues estarás poniendo en la vasija rota tu confianza.

Reconoce la riqueza de quien es diferente de ti y está dispuesto a compartir sus ideales y temores, pues esto alimenta el espíritu de supervivencia más que un buen platillo.


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El autor de esta fábula es desconocido. Espero que la hayan disfrutado.

Un abrazo.